En manos de un artista acostumbrado a ejercer la mirada reflexiva sobre la obra del otro, Descanso de Caminantes nace de la intuición previa a la conceptualización para dar coherencia al relato que Sergio Bazán presenta al espectador, conformado por ocho artistas que sintetizan en sus obras una lectura personal donde la literatura y gran parte del amplio abanico de las artes plásticas y visuales contemporáneas, se hace presente.
El título de la muestra da una pista fundamental: una obra póstuma de Bioy Casares que recopila, cual diario íntimo, sus recorridos urbanos plagados de su singular enfoque -no exento de cierta melancolía-, reflexiones sobre algunas vivencias de los años 70 y 80 que dibujan la fisonomía de una época y sus protagonistas. La propuesta curatorial amalgama momentos aleatorios, instantáneas de un "aquí y ahora", de un alto en la marcha y de un volver a caminar. Cual rapsodia compuesta por melodías aparentemente inconexas con cierto grado de fantasía y capricho, cada relato de Descanso de Caminantes da pie a la visualización de una imagen, de una obra, aquellas que se dan cita en esta sala.
El discurso integra distintas etapas creativas de cada uno de los artistas, pone en diálogo formatos y soportes disimiles, contenidos simbólicos y conceptuales heterogéneos pero todos siguiendo una ruta común donde se reflexiona sobre ese detenimiento, ese impase en el andar que no es nada más ni nada menos que una forma de plasmar una mirada subjetiva sobre una verdad parcial, propia. Y ese detenerse tiene la particularidad de funcionar como registro, memoria y documento donde un hilo rojo -paradójicamente invisible- vincula ocho historias materializadas en ocho obras cuyas huellas marcan un tiempo condenado a transformarse en devenir constantemente.
Mirta Kupferminc trabaja a partir de la imagen fotográfica intervenida; una aproximación a una de las tantas historias sobre el Holocausto contadas por los protagonistas de un lado y del otro: víctimas y victimarios presentan su perspectiva de los hechos. Pero aquí la obra pone el acento en el rol activo del observador, aquel que participa por el simple hecho de mirar y, consecuentemente, construye sentido. Un documento del horror, no cabe duda, pero donde se apela a restituir la conciencia y parte de esa tarea demanda que tanto los fotógrafos como los espectadores sean co-autores y testigos de un momento histórico.
Gaspar Acebo presenta un trabajo donde hay un antes cuasi performatico imposible de recuperar: una instalación donde el papel inflado toma el espacio, se reduce tiempo después a un objeto que evidencia, con su presencia material concreta, las huellas de una acción irrepetible. Al replegarse sobre sí mismo, las marcas imborrables sobre el papel doblado, pasan a ser testimonio de otra cosa: la fragilidad del papel que recibe la impronta de la huella, se convierte en un acto de resistencia.
Mirtha Bermegui utiliza sus imágenes digitales como grafismos que prolongan y sostienen en cada dibujo una reflexión sobre la identidad, la sexualidad, los límites concretos que imponen nuestros cuerpos frente a un mundo que creemos cercano pero es, efectivamente, inabarcable. Fronteras concretas más allá de nuestras creaciones fantasiosas y personales, la obra más que cuestionar los límites los jerarquiza, los destaca, recorta nuestro campo de acción y es recién a partir de reconocerlos, cuando podemos intentar traspasarlos.
La pintura de Luciana Levinton interviene otro tipo de papeles, documentos arquitectónicos, diseños geométricos, esquemas realizados por mujeres y publicados en revistas especializadas. Quizás una suerte de momento dedicado a la reivindicación del género, otra mujer, otra artista, se suma con su intervención arbitraria, pasional, a mano alzada, recuperando archivos, reasignando sentido, volviendo a poner en valor. Apropiarse del trabajo del otro para potenciar el propio amorosamente, para traer a la memoria un pasado no tan lejano y conversar con el.
Manuel Ameztoy nos lleva concretamente a un lugar fantástico, lúdico, donde la ilusión nos hace sentirnos inmersos en una naturaleza de colores plenos, intensos y vibrantes donde por unos instantes nos sentimos habitantes de un paisaje natural. Pero esa fantasía se diluye porque la escena es artificial, la instalación blanda compuesta de papeles, emula aquellos bosques idílicos que ahora se nos hacen aprehensibles al traerlos a un espacio interior que los "domestica" y los contiene. Solamente así los hacemos nuestros.
Un grabado de Durero actúa como fundamento para que Ana Seggiaro intervenga la imagen de un arco del triunfo con bordados y ploteos. Un documento del siglo XVI se transforma entonces en soporte de una relectura contemporánea. Las dimensiones, además, ponen el jaque el propio formato del grabado el cual suele presentarse a escala pequeña. Una vez más, la memoria ejercitando un salto en el tiempo, la reflexión sobre un concepto de antaño asociado a un tipo de arquitectura gloriosa y la aproximación a su "lado B" propuesto por la artista, donde el mismo documento de civilización también puede serlo de barbarie.
Myriam Jawerbaum viaja hasta el Antiguo Testamento, pensando en la mirada fraternal presente en la historia de Caín y Abel. Allí se pone mucho en juego mucho más que el relato de un crimen: se hace hincapié en la cuestión ética implícita en acto de decidir, condicionado por las bajadas de línea establecidas por los mandatos culturales, la palabra que impone deberes y muchas veces determina conductas. Un objeto que marca recurrentemente que la mirada que vigila se convierte en una acción que respalda, que protege. Y ejercerla o no es una toma de decisión.
Chiachio & Giannone despliegan un biombo intervenido por elegantes textiles y bordados acompañados siempre de su característico autorretrato el cual reafirma su presencia como colectivo, la suma de las fuerzas, la laboral conjunta. Un trabajo que homenajea a una ciudad detenida en un tiempo que la transformó en ruinas: es al territorio Pompeyano a quien se alude con diseños contemporáneos donde los hilos, la trama, la tela captan la impronta de la factura manual, lo orgánico de la mano del artista que en su paso, hace una reverencia contundente a la historia.
Las obras de arte presentan interrogantes, ponen a prueba la percepción del espectador, desafían el intelecto, transfieren parte del universo creativo del artista y aún cuando "hacer eco" en quien observa no sea necesariamente el objetivo perseguido, si el capital simbólico de una obra resuena en quien se detiene frente a ella, la experiencia es sublime, única e intransferible. Y mucho menos plausible de ponerse en palabras que la definan de una vez y para siempre. Relatos individuales jamás pensados para integrarse, en Descanso de Caminantes se toman un café juntos, se miden, permiten la permeabilidad de las energías que cada uno condensa y se transforman en los ingredientes exactos para que, el curador -el noveno artista en este caso- haga armonizar desde las penumbras, a cada una de estas voces claras y particulares sin que ninguna de ellas pierda su color característico. Y si, como venimos diciendo, las obras ponen de manifiesto la intimidad más o menos evidente de un detenimiento, de una observación recortada del panorama mayor, un estado de situación, una realidad pura y exclusivamente subjetiva de cada artista, en este caso el ensamble de todas ellas funda una memoria colectiva, construyen identidad, documentan aquello con pretensión de ser recordado. La capacidad de producir obras de arte es patrimonio exclusivo del ser humano y es, quizás, el testigo más fiel de todo aquello que pensamos, sentimos, decimos y hacemos -y todo lo no dicho o hecho también-.
Dice Bioy Casares en la introducción del libro que da título a esta muestra: “Sea este cuaderno testimonio de la rapidez de manos del pasado, que oculta, entierra, hace desaparecer todas las cosas, incluso a quien escribe estas líneas y también a ti, querido lector.” Y yo me permito agregar que mientras el arte haga de las suyas, tomando las curvas y sorteando la linealidad del tiempo, mientras un Bioy siga escribiendo e inspirando, mientras las imágenes se precipiten en las mentes y formen colecciones de relatos no verbales que den cuenta de un transitar y un "descanso" necesario y reflexivo, ese olvido tan temido, ese desvanecerse en el tiempo, logra ser burlado… al menos un ratito.
Lic. María Carolina Baulo