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Es lo Fallido de todas las Faltas, no lo Faltante

Leti Rivero

Del 06 de Enero al 29 de Enero de 2012 

 
 

TEXTO CURATORIAL

 

Pintura Correccional.

 

Podría existir una máxima en el arte contemporáneo –una actividad donde las frases pretenciosas e iluminadas abundan y mueren como moscas o mariposas- que actualmente viva bajo el cobijo cómodo y la longevidad que otorga la transformación de una creencia en casi-género: errar es pictórico.
La falla sobre tela puede significar veladuras, zonas abismales, pensamiento plástico inesperado, nueva ruta o callejón sin salida, capa sobre capa sobre capa, densidad matérica o la acción de raspar y sacar hasta que la tela se vuelve transparente, el combate a pincelazos contra un problema que sólo el pintor ve y que en su momento parece irresoluble y eterno, la diferencia entre una obra cerrada que pasa a otra vida con aquella recostada por años en el rincón del taller esperando a que su enigma sea resuelto.
Y, paradójicamente, lo que empieza como un error en pintura muchas veces termina en acierto.

 

Leti Rivero no centra su obra en la producción premeditada de la falla, un oxímoron de poco interés poético (algo así como una guerra humanitaria o la inteligencia militar), sino en la potencia significante de una contradicción que va un paso más adelante, inventando como género la Pintura Correccional.  Inspirada por el contexto de exhibición y lecturas como Vigilar y Castigar de Michel Foucault, El panóptico de Jeremy Bentham y El ser y la nada de Jean-Paul Sartre, Rivero desarrolla un proyecto pictórico específico para el Museo Marítimo (ex presidio) partiendo del siguiente axioma: la pintura, cualquier pintura, naturalmente tendrá algún detalle para corregir. Y cuando se trata de expresión abstracta ese detalle siempre es subjetivo y tiene que ver más con los desajustes que sufre una imagen libre, emocional y mental en su traducción a la tela, que en la idea de mala pintura.

 

El error existe. Rivero no sé pregunta qué es, por qué surgió o cómo hacer para que no vuelva, sino qué hacer con él, de qué forma trabajarlo para optimizarlo como signo. 
Entonces pinta suelta sin pensar en el error, libre y sin plan, y una vez terminada esa primera pintura es cuando la obra recién comienza: observa con juicio, analiza lo hecho, navega por los vacíos y empieza a jugar entre la falla y la falta. Rellena esos vacíos de blanco y usa ese blanco para corregir lo que necesita ser enmendado. Pero esa corrección no oculta el error, todo lo contrario, lo vuelve protagonista. Es a partir de aquí que la obra comienza a discutir sobre lo correccional: por un lado, al interior de la práctica pictórica misma; por el otro, como reflexión social.

 

La serie de pinturas fue pensada para que el espectador tenga una  primera percepción de la obra como instalación. Dos escalas se van alternando rítmicamente, como si se tratase de un contrapunteado minimalista con un módulo de dos elementos, casi sin variaciones. Este código binario, sencillo, empieza a establecer combinaciones a lo largo del pasillo carcelario: sólo las de adentro, sólo las de afuera, adentro-afuera en zigzag diagonal, afuera-adentro en corredores paralelos, muy cerca y a la distancia, y así sucesivamente. Desde esta mirada de conjunto las obras son un bloque flexible de piezas similares y, entre esos ritmos y modulaciones, es el espacio lo que toma protagonismo: la cárcel aparece punteada, demarcada, esculpida por la instalación pictórica.

 

Pero al detenerse y sumergirse, las obras cobran autonomía. Lo que parecía similar y en bloque se atomiza y cada cuadro propone una paleta, un gesto y una sensibilidad particular. Al igual que en el conjunto, cada pintura trabaja con un sistema binario sencillo: lleno y vacío, color y blanco, expresión y falta, figura y fondo. Los dos elementos son complementarios, se necesitan para existir y bailan sobre la tela confundiendo las nociones.

 

Y en los bordes de esa danza, en el límite, la corrección.
El blanco va solapando el color en ciertos momentos donde este último pareciera haberse equivocado, yendo un poco más allá. Rivero tapa con precisión, pero con cierta levedad del material dejando visible al error y su corrección para transformarlos en un elemento más. Ese tercer elemento, el borde, es donde aparece la tensión en la pintura. Es un tercero que surge a partir de la combinación de un primer dueto, como la cárcel aparece en la combinación entre ambas escalas y espacios. Forma, contenido y contexto trabajan amalgamados.

 

Rivero no busca respuestas al sistema carcelario, a su arquitectura, o a la combinación con lo museográfico. Tampoco trabaja en base a metáforas o analogías. Simplemente se inspira en el contexto para intentar entender qué hacer con el error y qué significa la corrección en pintura, y mediante la invención de un método propio de reconocimiento y reparación trae a un primer plano la relación entre libertad expresiva y sistematización.

 

Si se rompe una heladera el error es fácilmente reconocible, pero en el campo de la cultura, que se mueve con lenguajes subjetivos, la situación es bastante más compleja y confusa.  El ser humano nunca realiza una misma acción idéntica a otra, sobre todo cuando produce arte ya que se mueve por terrenos inéditos y, con mucha más intensidad que en la vida cotidiana, se desplaza frente a lo desconocido por medio de la vieja fórmula del ensayo y el error. En todos los aspectos de la vida, creamos sistemas de reconocimiento y corrección de la falla, donde se negocia aquello que Rivero pone de manifiesto: el exceso y la falta, la libertad y su contención. A veces estos sistemas son propios y funcionan en un terreno personal, otras veces son heredados y compartidos por un grupo social.  

 

Javier Villa. Diciembre-Enero 2012.
 

 

ARTISTAS PARTICIPANTES

 
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