Junín 1930
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Lun a Vie 14 a 21 hs. Sáb Dom y fer 10 a 21 hs.
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Del 11 de Noviembre al 04 de Diciembre de 2011 - Inaugura: 19hs - Entrada: libre y gratuita
Estos retratos son un fragmento de varias series fotográficas situadas en diferentes ciudades y ámbitos sociales. Concursos de belleza para niñas norteamericanas, plazas de Buenos Aires, jardines y favelas en Río de Janeiro son algunos de los mundos que frecuentan estos niños. Los retratos que realiza Jasmine, exploran la complejidad de la niñez deteniendo el tiempo en una inquietud silenciosa y permanente. Las imágenes aluden a sus sueños y esperanzas pero también sus diversas realidades sociales; documentando ritos y ceremonias culturales que marcan una transición en la infancia.
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El coraje de la verdad:
Reflexiones sobre el arte del retrato de Jasmine Bakalarz
James D. Campbell
“Resulta imposible establecer la verdad sin una proposición esencial de la otredad. La verdad nunca es lo mismo. Sólo puede haber verdad bajo la forma de ese otro mundo y esa otra vida.”
Michel Foucault [1]
Los retratos de Jasmine Bakalarz parecen imbuidos de una profunda, perdurable y casi sempiterna quietud. Sus sujetos parecen provenir de un pozo profundo, instanciados en el presente con claridad y gravitas. El suyo es arte de una gracia atemporal y de otro mundo. De alguna manera logra capturar la esencia de sus sujetos –su intensidad, su honestidad, su enojo, tal vez su pérdida– sin recurrir a ningún tipo de manipulación. Podríamos suponerla poseedora de un coraje de la verdad capaz de trascender la ética documental que también es suya. Esos sujetos son capturados con inquietante franqueza, sin poner en duda jamás su dignidad inherente.
Bakalarz nunca menosprecia ni insinúa. No infla ni exagera. Y nunca se rebaja a echar mano a la estratagema barroca o a la finta técnica para conquistar la mirada del espectador. Nunca manipula ni mancilla el contexto para obtener un dramático consecuencialismo. Considérese su retrato de dos hermanas jasídicas, tomado en su hogar cerca de la casa de los padres de la artista en la localidad de North York en el estado de Ontario. Las niñas miran hacia la fotógrafa desde el interior de un cuarto, pero las suyas son miradas de pura interioridad, que se instalan con firmeza en ese silencio fenomenal que las aísla en el tiempo de una manera prácticamente proustiana. Una de ellas es más alta que la otra, las dos llevan el mismo atuendo y parecen unidas por la cadera, dando a entender así un pacto sellado mucho tiempo atrás, personal y culturalmente. De hecho, parecen apariciones destinadas a acosar nuestra lectura de esta obra.
Durante los últimos años, la obra fotográfica de Bakalarz se centra principalmente en grandes retratos en color que captan ciertos estados psicológicos de los niños que se corresponden, según sostiene la artista, con su identidad de género y su entorno sociocultural inmediato. Esto es cierto, desde luego, pero por sí solo no alcanza a expresar la verdadera naturaleza de su hallazgo: la aprehensión de una verdad que delata una inmoderada, incluso incandescente, sensibilidad a lo visible y lo invisible por igual. Bakalarz suele fotografiar a sus sujetos en ropa de trabajo pero son la expresión, la pose y otra cosa aún más elusiva lo que plasma la verdad de su condición interior.
En una extensa obra que comprende un impactante despliegue de series autónomas, entre las que explora diversas competencias norteamericanas para niños (como los Concursos de Belleza) como así también los mundos del baile de salón, el ballet, la equitación y otros, logra retratos hipnóticos de niños y adolescentes –en su mayoría, de género femenino– en estados de transición psicológica y de subjetividad definitoria, desafiante y siempre radiante. De hecho, los luminosos retratos de Bakalarz son tan reveladores del estado psíquico de sus sujetos que recuerdan a fotógrafos tan distintos en tiempo y lugar como Diane Arbus (recuérdese su retrato del joven en el Central Park, con una granada en la mano, pero sin esa pieza de utilería obvia), Mary Ellen Mark (su honestidad salvaje) e incluso Steve McCurry, cuyo admirable retrato de Sharbat Gula (la niña que llegó a Pakistán en 1983 luego de que sus padres fueran asesinados durante el bombardeo soviético de su aldea en Afganistán) apareciera en National Geographic. La niña había pasado por varios campos de refugiados antes de llegar a aquel donde la encontró McCurry. McCurry dijo que la fotografía de ella “resumía para mí el trauma y la súplica, y la situación misma de verse obligado a abandonar súbitamente el hogar para terminar en un campo de refugiados, a miles de millas de distancia”. El extraordinario candor y la potencia de ese retrato evoca para mí el espíritu de los de Bakalarz –si bien sus retratos por lo general no están tomados en la zona de batalla, muchos de ellos tienen por contexto los barrios de emergencia, que a fin de cuentas no constituyen una realidad tan lejana–, y para ser honesto, cuesta mucho encontrar quien la iguale entre sus pares.
Con la serie “Beauty Pageant” [“Concurso de belleza”] procuró mostrar la presión a la que se ven sometidas las inquietantes niñas que compiten en los diversos concursos de belleza. A pesar de lo duros e intolerables que puedan resultar sus modos de funcionamiento, Bakalarz logró conjurarlos con humor y gracia. En su gloriosa “Ballroom Dancers” [“Bailarines de salón”] incursionó en el retrato de personas jóvenes de ambos sexos, y logró capturar de manera brillante la tensión entre las parejas, empujándolas hacia el futuro por medio de la exposición de los manierismos copiados de los adultos con los que se relacionaban entre sí. En sus dos series de temas “Equestrian” [“Ecuestres”], aborda de manera similar una ética de la simplicidad y la frontalidad en la representación contemporánea de niñas de un distinguido club de equitación alemán.
Resulta natural que su última producción sean varias series de retratos de niñas latinoamericanas, en tanto Bakalarz nació y se crió en Buenos Aires, donde todavía vive parte de su familia, repartida además en Toronto y otros lugares del mundo. Si bien tiene una naturaleza nómade, su memoria subjetiva personal y visual tiene sus raíces en sus primeros años de vida en Buenos Aires.
En sus propias palabras:
“Comencé fotografiando niñas en las murgas, grupos en cierta medida similares a los corsos y a las bandas de desfile, que se formaron en los barrios pobres de la ciudad a fines del siglo xix como una forma de resistencia popular y protesta política a través de la parodia. Los trajes continúan la tradición de mofarse de los atuendos burgueses de aquella época, que a fin de cuentas eran ropa vieja que los participantes de la murga recibían de las familias para las que trabajaban. Esta búsqueda se convirtió en el punto de partida de una investigación sobre las distintas comunidades que habitan Argentina, entre las que se cuentan los inmigrantes europeos, que han tenido una fuerte influencia en la identidad nacional del país, como así también en su equilibrio económico y social”.
Mencioné antes el “coraje de la verdad” de esta fotógrafa. Creo que es una característica que define toda su obra. Bakalarz nunca recurre a ficciones ingeniosas para hacer explícita su deslizar su crítica. Abjura de las respuestas fáciles y la dinámica de la decepción. El decir la verdad como una actividad que es preciso adoptar apasionadamente fue uno de los mayores temas de investigación del filósofo Michel Foucault. Su último curso en el College de France, bajo el título “le courage de la verité” –el coraje de la vedad– analiza la vida y la ética de decidores de la verdad o “parresiastas” por medio de un extenso retrato de Diógenes el Cínico como un decidor de la verdad profesional. Siguiendo el pensamiento de Foucault, podríamos sostener que Bakalarz revela que el coraje y las convicciones son las condiciones éticas de su propia práctica fotográfica.
Al observar sus admirables retratos, recordamos también aquello que el eminente escritor, psiquiatra y crítico de fotografía Robert Coles dijera de la obra de otra fotógrafa que tal vez sea la figura exactamente opuesta a Bakalarz, Sally Mann: “Estas fotografías ofrecen una representación visual sutil y cómplice de un momento doloroso y vulnerable, el que atraviesan las niñas al convertirse en mujeres.” [3] La visión de Bakalarz es una mucho menos estrecha y objetivamente mucho más verdadera. Más que prestar atención a la dinámica patente de la sexualidad o recurrir a tácticas de choque, Bakalarz nos muestra de qué manera el contexto construye y dirige la formación de la identidad subjetiva. Si bien su abordaje se aleja años luz del de Mann, tanto estética como epistemológicamente, Cole nos recuerda que aquello que parece más lejano puede también ser muy próximo en términos de su capacidad de decir la verdad.
Los suyos son retratos convincentes y directos, que logran captar el ambiente; en ellos se presenta al sujeto y a su medio de un modo aparentemente sencillo: allí las pertenencias puestas en primer plano representan la tradición (como por ejemplo los trajes que llevan), mientras que la expresión y el porte del individuo dan cuenta de algo que corresponde a su identidad. No obstante, su verdadero talento consiste en transmitir su verdad interna. La ubicación compositiva, el encuadre y la iluminación contribuyen a este propósito. Resulta evidente de inmediato la sensibilidad de Bakalarz a sus distintas tradiciones. Por encima y más allá de todo esto, en virtud de su honestidad socrática, sus retratos inducen en el espectador un escalofrío revelador.
La diferencia fundamental entre Mann y Bakalarz reside, desde luego, en su arraigada ética: las niñas que fotografía conservan su dignidad intacta, sin importar cuán abyecta o noble pueda ser su realidad, y nunca se convierten en objetos para una mirada capaz de subsumirlas bajo otra rúbrica, una más brutal y manipuladora. Su verdad es una que se atreve a ver las cosas tal cual son y, al compartir su capacidad de decir la verdad y estas investigaciones en curso con nosotros, nos invita a acompañarla, y llegamos a entender su estética, su ética y las revelaciones que tienen para nosotros. Si en el proceso algo nos conmueve o nos embelesa, tal vez se deba a que llegamos a apreciar la verdad que su óptica comparte con nosotros de manera tan estoica y honesta.
James D. Campbell
1. Véase El coraje de la verdad. El gobierno de sí y de los otros II. Curso en el Collège de France (1983-1984), Buenos Aires, Fondo de cultura económico, 2010.
2. Ibídem.
3. Véase Sally Mann, At Twelve: Portraits of Young Women, prólogo de Ann Beattie, notas de Robert Coles, Nueva York, Aperture, 1988.
James D. Campbell es un ilustre crítico y curador de arte, con residencia en Montreal. Es el autor de más de 100 catálogos y libros sobre arte y artistas. Campbell también contribuye asiduamente con muchas revistas de arte, entre las que se cuentan Frieze, Border Crossings, Canadian Art y otras.