«Las emociones humanas tienen resolución infinita. Cuanto más se las magnifica, recién ahí se abren. Infinitamente.»
Bill Viola, 1999
Mi primer encuentro con Bill Viola fue en 1988. Aún siendo estudiante en la Universidad de
Nueva York, tomé un tren con el pequeño equipo del documental que yo estaba realizando
sobre el arte del video y fui a encontrarme con él para una entrevista en el Museo Carnegie, en
Pittsburgh. Viola estaba montando una nueva obra The Sleep of Reason [El sueño de la razón],
con su pareja creativa de toda una vida, Kira Perov; su hijo Blake, todavía un bebé, ya lo
acompañaba.
Aquel encuentro marcó mi vida. La luz que emanaba de su pensamiento claro y sincero, con un
toque casi místico de métrica precisa y de contenido emocionalmente relevante, parecía algo
llegado de otro planeta, puesto que eso sucedía en pleno auge del cinismo americano de la era
Reagan. Bill Viola significaba en aquel momento una puerta abierta hacia un universo paralelo;
despertó en el mundo una conciencia sobre la máquina perceptiva del ser humano.
Mi amistad con Bill y Kira comenzó ahí y continuó a lo largo de los años. En 1992 hicimos
VideoBrasil y en 1994 fui curador de la exposición que realizó en el Centro Cultural Banco do
Brasil, en Río de Janeiro, Site of the Unseen [Territorio de lo invisible] (título también del
documental que hice con Carlos Nader sobre Viola). En esa muestra reunimos algunas de sus
obras más emblemáticas, entre las producidas hasta entonces. En 2000, montamos una
sublime pieza suya, Threshold [En el límite] en la exposición 50 Anos de TV e + [50 años de TV y
+], que hicimos en la Oca, en San Pablo.
Bill Viola construyó un impresionante conjunto de obras de video en las últimas cuatro
décadas. En ellas existen varias ideas recurrentes que reaparecen años más tarde con el
desarrollo tecnológico de los medios de comunicación, del que él no solo dio testimonio, sino
que ayudó a crear. Es posible realizar varios recortes temáticos en su obra. Su importancia en
la historia del arte es estructural: como uno de los creadores de una nueva forma de arte, Bill
creó lenguaje como pocos y dejó en claro que su mayor materia prima era el tiempo, no
únicamente la imagen. Enseñó que la ubicación de la cámara debe seguir inicialmente al
sonido y no a la imagen, reconsideró conceptos de composición y construyó situaciones de
rara belleza escénica y de mucho coraje teatral. Pero también reconectó el plano mítico con el
arte contemporáneo y dio un nuevo cuerpo a metáforas visuales fundamentales de la historia
del arte y de la filosofía. Con su pensamiento iluminado por las ideas de poetas como San Juan
de la Cruz, William Blake y los sufistas Rumi y Ibn Arabi, también se aproximó a la pintura y
examinó bajo una nueva mirada a artistas renacentistas como Pontormo y Masolino.
Cuando el Parque de la Memoria me buscó para desarrollar una exposición de Bill Viola, en
primera instancia no me pareció que la conexión fuese obvia. Sin embargo, al poco tiempo me
quedó clara. Había un nexo importantísimo en la idea de la partida (el doloroso momento de la
separación), pues la separación es la línea que distingue el aquí del allá, el pasado del
presente, la vida de la muerte, el Estado del individuo. Los 30.000 nombres de las personas
que murieron durante la dictadura y que ahora están eternizados en las paredes del
Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado en el Parque de la Memoria evidencian
una fuerte idea de partida. La historia de América Latina está profundamente marcada por el
dolor y por la violencia aplicada sobre el individuo. Este parque señala la historia de los que
sufrieron y partieron a causa de sus ideas. Allí, entonces, surgió una conexión inusitada.
En la obra de Bill Viola, la partida está frecuentemente asociada a la vida y a la muerte, al encuentro (o a la conexión) entre lo consciente y lo inconsciente. Sin embargo, la corporización de esa experiencia brinda una
imagen del momento de la ruptura, ya sea con la vida, ya sea con el otro, ya sea la que impone
el silencio entre aquellos que fueron separados compulsivamente. Esta exposición es sobre
esto: el punto de partida.
La representación del dolor, de la resurrección y del agua también tiene una fuerza simbólica
que se multiplica por el contexto en el que las obras serán expuestas. Su elección terminó por
ofrecernos una narrativa de la exposición, con puntos de vista sobre ese momento de ruptura
entre lo inconsciente y lo que pasa en el plano de la percepción.
The Passing [El pasaje] nos permite comenzar. La obra nos obliga a experimentar el tiempo
doloroso de la transición asociada a la muerte y al nacimiento –encuentro y separación–, una
respuesta muy personal de Bill Viola ante la pérdida de su madre y el nacimiento de su hijo.
Explora cuestiones de percepción, tiempo y las diferentes fases de la mente y de la conciencia
donde se confunden memoria, realidad y visión. Este largometraje de 1991 es uno de los hitos
en la carrera de Viola; también, su última obra de video lineal de larga duración.
Surrender [Rendición] es un díptico compuesto por dos pantallas verticales, una sobre la otra.
Como en un ritual de autoflagelación, un hombre y una mujer se agachan frente a un espejo e
agua. Los dos hacen movimientos sincronizados de postración, cuya intensidad va aumentando durante el ciclo. Al inicio, parece un acto de afecto (como un abrazo o un encuentro), sin
embargo, en el proceso vemos que estamos frente al reflejo de ambos en el agua. Con esta
revelación y el movimiento del agua, lo que al comienzo parecía ser afecto se revela como
angustia y dolor latentes. El acto sublime de la inmersión en el agua se transforma en
desesperación, hasta que las imágenes se desintegran en apenas luz y color. Es inevitable
pensar en cómo esa obra ilustra la condición humana del individuo frente al poder, que va de
la fascinación a la rendición y la entrega.
Observance [Observación] es una obra que nos ofrece el punto de vista de los que quedaron.
Personas atónitas ante la imagen de lo que acaba de tomar forma llegan lenta y
constantemente, de una en una, a ver algo que no vemos. Se alternan ante un acontecimiento
brutal, la emoción del dolor que contagia a todos, uno por uno, un sentimiento colectivo de
pérdida. En el contexto de esta muestra, esa obra da forma al dolor de los millones que se
vieron impotentes frente a una catástrofe humana.
Three Women [Tres mujeres]. En la oscuridad, una madre y sus dos hijas se aproximan
lentamente a una barrera invisible. Atraviesan una pared de agua, linde entre la vida y la
muerte, entre las tinieblas y la luz, y se tornan nítidas. Luego, la madre decide que es hora de
volver a la oscuridad y sus hijas la siguen. Tres mujeres ofrece un tránsito entre las dos
dimensiones del tiempo, el presente y lo eterno: generaciones de madres, hijas y nietas buscan el eslabón perdido que un día las unió y son lavadas por el agua helada de la crueldad humana.
Al inicio de su carrera, Bill Viola exploró el contacto con otras culturas, con el paisaje y con el
universo animal como fuentes importantes de contenido para la construcción de su repertorio.
Obras como Chott-El-Djerid, Hatsu-Yume y I Do Not Know What It Is I Am Like ayudaron a
definir el verdadero lenguaje del video.
Ancestors [Antepasados] representa una jornada a pie de una madre y su hijo a través del
desierto, en el calor del verano. Durante la travesía ocurre una transformación: el paisaje los
engulle en medio de una tempestad de arena y desaparecen delante de nuestros ojos. Esta obra articula el espejismo del momento de la desaparición, cuando la conciencia da lugar al inconsciente.
The Messenger [El mensajero]. En la instalación más monumental de la exposición, una gran
proyección con un punto de luz en medio del agua oscura revela, de a poco, una figura
humana cada vez más nítida. De la profundidad del agua surge ese hombre que despierta
como de un sueño profundo, nos mira y produce un sonido ancestral como queriendo decirnos
algo. Emite esa señal incomprensible y después vuelve a sumergirse en las profundidades de
donde vino, hasta volverse nuevamente una pequeña mancha de luz. Esta obra trae una
conciencia de que entre el allá y el acá existe un espacio –un limbo de conciencia, una
pulsación entre la superficie y lo sumergido, entre lo incomprensible y lo no dicho– en el
intento de comunicarse.
Acceptance [Aceptación] es la obra de esta muestra que más me conmueve. Un torrente de
agua lisa y transparente, prácticamente invisible, define la imagen de un bulto que está ante la
inminencia de cruzar esa línea de agua. Algunas de las más importantes y profundas
experiencias humanas ocurren en momentos como estos, donde se establece un límite y
tenemos que decidir si cruzarlo o no. Este acto es un punto de inflexión en la vida de una
persona, pues una vez que se ha cruzado, toda su historia se redefine, como por un acto
restaurador, un exorcismo, una purificación, un renacimiento, la suspensión del miedo, el
rescate de un sufrimiento profundo o la cura de una herida. La decisión que se toma delante
de esa línea establece el camino que el individuo tomará en la búsqueda de su nueva
integridad. Esta obra, más que cualquier otra, habla del proceso de reconstrucción de la
ciudadanía, del honor y de la vida de todos aquellos afectados por el régimen que violó sus
vidas. Al brindar una imagen de este doloroso y fundamental proceso de restauración, la
exposición cobra sentido en el momento actual. Este es nuestro punto de llegada.
Marcello Dantas, curador invitado.