En el imaginario colectivo, los noventas sobreviven en el recuerdo como la era del “uno a uno”, los shopping centers, las tarjetas de crédito, el vocabulario amable de las empresas privatizadas, el consumo compulsivo, los viajes al exterior. Son los tiempos de una felicidad construida alrededor de la acumulación de bienes y el disfrute de los servicios, que ocluye el desmantelamiento de la industria nacional, el achicamiento del Estado, la eliminación de beneficios sociales y derechos laborales, la mengua de las responsabilidades empresariales. Como sabemos, esos procesos desembocan en una de las crisis sociales y financieras más profundas que haya conocido nuestro país obligándonos a reconsiderar las bondades de la mencionada década.
Volátil felicidad. Relatos inmateriales de los noventas recupera una parte de la producción performática de aquellos años. En ésta se percibe el reclamo por derechos y libertades a los que la democracia todavía no ha dado respuesta (culturales, de género), pero también, los nuevos regímenes del cuerpo desligado de las violencias represivas de la dictadura, aunque muchas veces sometido a otras violencias (como las de las normas conservadoras o las del consumo). Esto sucede en un tiempo de resistencias y de cruces, que da vida a propuestas híbridas de un alto grado de performatividad, en las cuales conviven el teatro, la danza, las artes visuales, la poesía, la moda. Un tiempo en el que la felicidad se percibe finalmente como un derecho, tras la oscuridad del terrorismo de Estado y la lenta y traumática recuperación republicana.
Pero esa felicidad no oculta una incomodidad latente. La precarización laboral y de los servicios sociales, el aumento de la indigencia y la corrupción, la banalización del discurso político, las decisiones de gobierno orientadas a favorecer a las corporaciones y cada vez más alejadas de la gente, la anulación de ciertos logros de los años anteriores (como el Juicio a las Juntas Militares despreciado por los indultos menemistas), abonan el terreno del descontento social que empaña los brillos de una economía supuestamente próspera y un bienestar supuestamente triunfante. Muchos artistas dan cuenta de este clima en trabajos en los que no están ausentes la angustia y la desazón, amargos emergentes de una década dura y ambivalente. En vistas a consolidar la consistencia del período abordado, la exposición amplía el espectro de la época incluyendo la presidencia de Menem y sus consecuencias (1989 – 2001).