Roque Sáenz Peña 267 - San Isidro
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Lun a Vie de 19 a 22 hs.
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Del 18 de Noviembre al 19 de Diciembre de 2014 - Inaugura: 19hs - Entrada: libre y gratuita
Lo real – La mirada
por Elena Oliveras
Las pinturas, cajas y relieves de Pablo De Monte combinan diferentes fuentes históricas para desembocar en un lenguaje personal que, sin duda, contribuyó a diversificar el vasto campo del arte argentino de los 90. Premiado por la Fundación Telefónica (1995), obtuvo becas del Fondo Nacional de las Artes (1991) y de la Fundación Joan Miró (1993).
Si bien De Monte recurre a la cita del arte del pasado, prescinde de la euforia pictórica que caracterizó a la década de los ’80. Será la línea del dibujo y el uso del color plano lo que le permitirá tomar distancia con el objeto y despojarlo de matices emotivos, huellas irrepetibles y gestualidades exacerbadas.
Sus últimos trabajos traen como novedad no sólo la cita de artistas históricos – desde Piero della Francesca a Fernand Leger, Oskar Schlemmer y Allan D’Arcangello- sino también la apropiación de obras de pintores callejeros que pasan a ser sostén material de sus propuestas. El origen “no original” (en tanto producido por otros) poco cuenta a la hora de fijar la autoría. Finalmente es el acto combinatorio, el saber mezclar escrituras propias y de otros, el concepto que articula lo diverso, lo que resulta determinante en la idea de creación y de autor.
Otra estrategia de sus obras recientes es el movimiento real, recurso ya incorporado en objetos que integraron, en 1995, la histórica muestra a, e, i, u o desplegada en el Centro Cultural Recoleta.
¿Te acuerdas de aquella tarde en los everglades de Miami? (2010) y ¿Qué cosa está detrás de la imagen? (2010) son obras activadas por un movimiento mecánico que contrasta con la congelada movilidad de fisonomías hieráticas que traen a la memoria los célebres retratos de Bautista Sforza y Federico de Montelfeltro, realizados por Della Francesca. El esquematismo mecanicista de Leger y Schlemmer resuena en las figuras humanas que se recortan sobre fondos hiperrealistas diseñados por pintores desconocidos. Opuestos a la sobriedad de los colores planos que construyen gran parte de los escenarios de De Monte, esos fondos ostentan un tono cósmico romántico lindante con el kitsch, situación que se repite en La cosa es vista en Júpiter (2010).
Si hay algo que todas las obras de De Monte tienen en común es el efecto de espejismo, de dudosa realidad de lo percibido. Desde el primer contacto perceptivo surge la pregunta acerca del estatuto –real o virtual- de un universo plástico que desecha certezas. Todo oscila entre lo puramente visionario y lo verdadero que responde a lo conocido. Apenas identificamos un espacio figurativo irrumpe la variante abstracta. En ese espacio ambiguo habitan figuras desnudas, fragmentadas o en insólitas posturas, que oscilan entre la representación de algo viviente y la alusión a la escultura estática plantada en el espacio. En consecuencia, el movimiento imaginado desemboca repentinamente en una congelada inmovilidad y así la visión de lo supuestamente real deriva, casi sin que nos demos cuenta, en pura ilusión.
En la más reciente producción abundan los recursos cinéticos ópticos, entre los que se cuentan las perspectivas reversibles de figuras que simulan biombos y los “rulos” vibrantes de la cabellera de los personajes, elementos que se repiten obsesivamente, como también lo hacen los conos, los lazos y los discos de colores. Se impone un clima metafísico, de tiempo suspendido, asociable a los silenciosos paisajes de José De Monte -padre del artista-, a la atmósfera rarificada de Magritte y al secreto de las escenas de De Chirico.
La “nada” sartreana es el “fenómeno” (“lo que aparece”, según la etimología del término), lo que escapa a la mirada al tiempo que se hace presente. No es casual que De Monte sea atento lector de autores como Sartre, Merleau Ponty o Lacan. Hay en su obra una narración suspendida, un relato que no termina de develarse, como sí se develan (en el sentido de “sacar velos”) los cuerpos desnudos. “Sus hombres y sus mujeres son provocativos, pero no en su desnudez, no en sus cuerpos, sino en la posible historia que viven, siempre anhelantes, siempre en una acción obvia pero suspendida”, señala Marcelo Pacheco.
En síntesis, la obra de De Monte atrapa la mirada del observador que ve la imagen como cuerpo –como un reflejo de su cuerpo- observado y vulnerado. Resultan muy curiosos los trazos hirientes que recortan, como si fueran tajos, los rostros de los personajes. Esos rostros no están sustentados por una hermosura apacible sino por una belleza punzante que conjuga con la herida, con la fisura, con el desdoblamiento. Belleza ambigua que desafía al entendimiento y seduce revelando la atracción del abismo, el poder de la imagen de figurar el mundo.
El bosque para la crisálida
En este oscuro y pegajoso entorno paso las horas y los días. Me fui quedando dormido lentamente mientras los recuerdos que preceden este momento se diluyen y mezclan con sueños. Siento por momentos el viento en mi rostro como si todavía estuviera afuera en la colina, aquella colina que siempre amé en la cual el cerco me impedía ver más allá del horizonte.
A través de la prisión traslúcida que me retiene distingo solo las luces del día y la oscuridad que deviene. Sueño y luego sigo viviendo cuando el primer rayo de la mañana atraviesa este cuerpo por fuera de mi cuerpo. Se que ahora solo puedo vivir para el recuerdo. Mi mente transita los espacios silenciosos del campo y esa profunda quietud; las texturas que mis sentidos recorrían lentamente bajo mis manos y pies; el sabor del alimento y la dulce gota de agua.
Recuerdo vividamente el día en que me escurrí en las telas posadas sobre el pasto para esconderme bajo un libro abierto. Las palabras de aquel se precipitan en mis sueños hoy más que nunca: Mirando a lo lejos los espacios ilimitados, los sobrehumanos silencios y su profunda quietud, me encuentro con mis pensamientos y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento en los campos, y en medio del infinito silencio tanteo mi voz: me subyuga lo eterno, las estaciones muertas, la realidad presente y todos sus sonidos. Quisiera seguir descansado bajo esas palabras pero ya mi cuerpo es otro. Me perdí el día que caminé lentamente hacia este árbol siguiendo a otros compañeros, dejando atrás la vida que yo tanto amo.
Me esfuerzo por no olvidar, me ato con todas mis fuerzas a los recuerdos y a las sensaciones de aquellos momentos vividos. Sé que mi mente tarde o temprano se rendirá ante este cuerpo que se transforma y me diluye. Mi rostro ya no es mi rostro. Pronto mis sueños serán otros. La membrana que me aprisiona me ahoga.
Cierro los ojos con la última imagen que me queda ya borrosa del campo abierto y las hermosas palabras de ese poema: Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento: y naufrago dulcemente en este mar*. Mañana despertaré bajo otro identidad y espero recorrer de nuevo ese paisaje. Ya mis recuerdos se desvanecerán del todo y mis nuevos ojos verán y sentirán la colina por primera vez.
Tengo la esperanza de asombrarme nuevamente y que mi nuevo cuerpo se deje invadir por renovadas sensaciones. Espero que algo quede de mi antigua vida bajo esa mirada. La membrana se oscurece, siento los últimos cambios en mi cuerpo. Cuando abra los ojos mañana mi mirada será otra, mas abierta, mas rápida, pero vacía. Solo espero que mi nuevo cuerpo se prolongue mas allá de un solo día y así me de más alegrías de las que ya viví en esta vida que se apaga y se transforma.
Azul De Monte, 2014
*El infinito – Giacomo Leopardi