El 3 de marzo de 1911 nace en Torroella de Montgrí, Cataluña, Juan Miguel Luis Batlle Planas. Dos años después se radica con toda su familia en Buenos Aires. Si bien nunca regresaría a Cataluña, su vínculo con la comunidad española será constante, no solo a través de la transmisión de costumbres, lengua e idiosincrasia que recibirá desde el seno familiar, sino también por su participación en distintas instituciones vinculadas a la cultura catalana.
Realiza sus estudios en una escuela industrial, los cuales no completa, y comienza a trabajar en un taller de matricería. A mediados de la década del veinte inicia sus estudios de grabado en metal. En 1928, con jóvenes diecisiete años, manifiesta su interés y vinculación con la filosofía zen por intermedio de un maestro japonés. La idea del autoconocimiento fuera de la esfera de lo racional, y la posibilidad de acceder a esa otra realidad que subyace en el interior de cada uno de los sujetos, lo acompañará toda su vida y se verá plasmada en muchos otros intereses que Batlle irá desarrollando e incorporando a través del paso de los años.
Si bien es un artista esencialmente autodidacta, adquiere cierta formación por intermedio de su tío, el artista José Planas Casas, con quien comparte luego taller junto con su compatriota Pompeyo Audivert. En la década del treinta, junto con ellos inicia su adscripción al surrealismo y a su metodología del automatismo psíquico, expresado en el primer manifiesto surrealista de 1924. El artista encontrará en los postulados del surrealismo puntos de convergencia con sus propias búsquedas e inquietudes. El surrealismo —su método— es en cierta medida funcional a las preocupaciones del artista por acercarse a esa fuente secreta del mundo interno.
En 1935 comienza a realizar sus Radiografías Paranoicas, una serie de obras que se inicia desde la experimentación con el grabado y que luego se desarrolla con témperas de pequeño formato sobre papel. La denominación se refiere a la idea de la visualización de la figura como si fuera una placa radiográfica, es decir, a través de la carne.
En 1939 realiza su primera exposición individual en el Teatro del Pueblo. Se trata de varios collages que él mismo denomina Montajes, donde inaugura además otro recurso que utilizará luego en sus esculturas y en sus objetos: la incorporación de materiales extrapictóricos. Se interesa en profundidad por el psicoanálisis y mantiene un estrecho vínculo con Enrique Pichon-Rivière, con quien trabaja en el servicio de psiquiatría del Hospicio de las Mercedes (actual José T. Borda). Además, estudia psicología de la forma, tema sobre el cual versan muchas de sus conferencias y clases. Todo este amplio y profuso universo se ve plasmado no solo en su obra sino también en su labor docente, que Batlle ejercerá con el mismo ímpetu que su tarea como artista.
Además de las series mencionadas, hacen aparición sucesivos personajes (¿monjes?, ¿magos?, ¿figuras fantasmales?) que habitarán espacios pictóricos cargados de un clima de misterio, casi al filo de lo onírico. La metodología adoptada, conocida como “automatismo energético”, consiste en marcar varios puntos iniciales (fuentes energéticas) a los que se les agrega el trazo de varias líneas que luego deberán unirse con esos puntos iniciales, despojando este procedimiento de la utilización de la razón. Sobreviene entonces la aparición de figuras que emergen de ese universo que se planteaba en un principio como geométrico y confuso.
En torno a 1950 Batlle comienza a experimentar en el terreno de la abstracción, en línea con las búsquedas que venían dándose desde mediados de los cuarenta en el campo artístico local. Fallece en Buenos Aires en 1966.
Composición es una obra de gran formato en la que pueden apreciarse, en cierta medida, varias de las inquietudes y las preocupaciones que Batlle plasmó en muchas de sus series. Si bien la obra no tiene fecha de datación, puede inscribirse en la última etapa del artista. En este período desaparecen los elementos extrapictóricos, “valoriza el soporte, la calidad misma del material, el raspado y la textura como avance y retroceso, y los planos libres de color”1. Una disposición cruciforme que atraviesa toda la composición delimita una serie de formas geométricas que se irán desplegando sobre todo en el eje horizontal: formas orgánicas que van imbricándose a través de la gradación de la paleta de azules, lilas, ocres y grises.
En el eje vertical superior pueden distinguirse rasgos antropomórficos, inscriptos a su vez en la trama de la geometría: ojos, boca y nariz, esta última con un tratamiento facetado que remite a la gramática de las primeras indagaciones cubistas. Las formas se expanden y engarzan a los largo de ambos ejes. En el extremo inferior opuesto parece vislumbrarse una extremidad perteneciente al reino animal, recurso que puede rastrearse incluso en sus primeras producciones, que datan de 1935, en las que “determinadas relaciones entablan, entre la figura humana el animal, curiosas representaciones de expresivo diseño”2.
En los cuatro cuadrantes delimitados por la forma en cruz, la paleta se reduce: grises y verdes en la parte superior y ocre en la inferior. Batlle se vale de distintos recursos expresivos en el tratamiento de la materia: desde la chorreadura tan cara a los informalismos de los sesenta, pasando por superficies con gran carga matérica para las cuales se vale de la utilización de espátulas y distintos pinceles.
Composición no puede adscribirse al universo surrealista pero sí alude al descubrimiento de un mundo subyacente: “Batlle Planas no pinta sueños. Concibe la vida entretejida por hilos de origen hipnagógico y rastrea su sentido mágico”.3
Laura Lina