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Tel 4711-2912
Lun a Vie de 10 a 17 hs.

Sólo así. Así. Un juego

Florencia Basso Craig

Del 20 de Septiembre al 29 de Septiembre de 2023 - Inaugura: 19hs  - Entrada: libre y gratuita

 
 
 

Ninguna muñeca es inocente. Carga en sí el ensueño humano de la creación. Es decir, del devenir dioses.
 
Los griegos llamaron ídolos a la duplicación de los seres; al igual que las ideas, de las cuales somos emanaciones imperfectas, los ídolos comportan el peligro de un desvío. Ese desajuste entre la copia redundante y el original aludido supone toda la filosofía y el arte. Es decir, la respuesta, inevitablemente ficcional, a la pregunta por lo real. Pero también supone una usurpación. Pues solo a los dioses les sería permitido la producción de seres a su imagen y semejanza.
 
Quien se arrogue tal desmesura, como en el mito del Golem -o sus versiones modernas: Frankenstein o el Robot-, corre el riesgo de procrear monstruos incontrolados. Devenir dioses importa ese albedrío, ya venturoso, ya infausto. Por eso solo un niño puede ser un dios.
 
Así como hay religiones que prohíben la reproducción de la figura humana por juzgarla una prerrogativa del Creador, otras no se conciben sin la proliferación de efigies portadoras de sacralidad. Sustitutos eficaces del cuerpo abstracto de las entidades que rigen el mundo, remedos numinosos de dioses y demonios, epifanías corporizadas, en fin, fetiches, las muñecas han atravesado las geografías y las culturas incorporando sentidos que resuenan hoy, en la escena artística, como actualizaciones profanas de aquellas marcas sagradas, perdidas, acaso olvidadas, que le dieron origen.
 
La ciencia ficción -una de las versiones contemporáneas de la teología- y la imaginación infantil las concibe como replicantes, dobles inconcientes de serlo, que actúan en el mundo humano desde un más allá de lo humano, poniendo en estado de conmoción la propia identidad agregada a un cuerpo. Ese animismo que confiere vida es el único momento en que portamos soberanía sacra, por lo cual dotamos de aura a los objetos de nuestra factura.
 
Quien juega con muñecas es un dios que no lo sabe. Ya adultos, la nostalgia de serlo habita la pérdida de la infancia. Deidades culpables, casi sin advetirlo, perdimos lo sagrado, que solo atisbamos en presencia de aquellos objetos enigmáticos, nuestros fetiches, a los que observamos con piedad y algo de temor. Súbitamente, una muñeca nos ubica en el universo fáctico donde la libertad creadora puede desatar nuestros propios monstruos secretos.
 
En la infancia moderna hay un acuerdo entre la industria de consumo y la idea de muñeca; pero un pequeño desvío declina hacia el género de terror la inocencia supuesta del ídolo con que jugamos. Algo inesperado, e indeseado, asoma. Y es un alerta sobre el abismo al que nos hemos asomado. De hecho, se podría definir la infancia como el lugar de nuestras vidas en que no hay cisura entre verdad ensoñada y realidad.
 
Es, por ende, el lugar donde los ídolos campean, donde las entidades que habitan la imaginación no lo hacen en estado larval sino en su forma plena. Jugar con muñecas es incurrir en el goce del sacrilegio inocente de quien confiere vida a fetiches, es ser dioses niños que ejercen la potestad máxima que el ser humano posee -la imaginación, acaso el único don. Dejar de ser niños es haber padecido su arrebato; ser artista, como Florencia Basso Craig, es asumir el desafío de descorrer el velo y volver a ser, con gesto soberano, amos y siervos de nuestras criaturas más íntimas, de nuestros deseos más luminosos y aterradores. 
 
Guillermo David
(Bahía Blanca, 1965)
Escritor, ensayista, curador y traductor. Es autor de los libros de Witoldo - O la mirada extranjera (1999), Carlos Astrada -La filosofía argentina (2004), Perón en la Chacra Asfaltada - Figuras del peronismo bahiense, (2006) y El indio deseado.Del dios pampa al santito gay (2009).
Ha traducido a Antonio Gramsci, Raymond Williams y Marcel Proust.
Es curador del Museo Nacional del Grabado.

ARTISTAS PARTICIPANTES

 
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